Imaginate un papagayo depresivo

Y tenemos la historia del papagayo depresivo.
Compraron el papagayo con la garantía de que era un papagayo parlanchín. No cerraba la boca. Iba a ser divertido. No hay nada más divertido que un papagayo, ¿no es verdad? Aquella voz guarra, aquel aire de burlón. Pero este papagayo era diferente.
En el momento en que llegó a la casa, el papagayo fue rodeado por los niños. Al rato uno de los niños fue a preguntarle a su padre:
- Papá, ¿quién es Kierkegaard?
- ¿Cómo?
El papagayo estaba citando Kierkegaard a los niños. Algo sobre la insignificancia del Ser delante de la Nada. Y haciendo la salvedad que, al contrario de Kierkegaard, él no encontraba la respuesta en una racionalización de la cosmogonía cristiana. El padre mandó a los niños a apartarse y encaró al papagayo.
- Dame tu pata, Loro.
- ¿Por qué? - dijo el papagayo.
- ¿Cómo, por qué? Porque sí.
- Esa respuesta es inaceptable. A no ser como corolario de una postura más amplia sobre la gratuidad del gesto en cuanto...
- ¡Basta!
- Cierto. Basta. Yo también siento un cierto enfado con mi propia compulsión analítica. ¿Qué fue que dijo el bardo? "El mundo está demás con nosotros." Pero, ¿qué hacer? Estamos condenados a la autoconciencia. Existir es cuestionar, como dijo...
El padre intentó devolver el papagayo, pero no lo aceptaron de vuelta. La garantía era que el papagayo hablaba. No garantizaron que sería divertido. Y el papagayo, realmente, no paraba de hablar. Un día el padre llegó a la casa y fue recibido con la noticia de que la cocinera había intentado suicidarse. Pero, ¿cómo? ¿La Rosaura, siempre tan bien dispuesta?
- Fue el papagayo.
- ¿El papagayo?
- Él le llenó la cabeza de cosas. La futilidad de la existencia, la indiferencia del Universo, qué sé yo.
Aquello no podía continuar así. Los amigos iban de visita, esperando divertirse con la charla del papagayo depresivo. Al principio se reían mucho, sacudían la cabeza y comentaban: "Miren pues, un papagayo filósofo..." Pero en poco tiempo se quedaron serios. Salieron contemplativos. Y deprimidos.
- Sabes que algunas cosas que él dijo...
- Yo nunca había pensado en esa cuestión que él señaló, de la transitoriedad de la materia...
Los vecinos reclamaron. El negativismo del papagayo llenaba el patio de luz del edificio y entraba por las cocinas. Como si no tuvieran bastantes preocupaciones con el precio de los porotos, ¿y aún tenían que pensar en la finitud humana? El papagayo precisaba ser silenciado.
Fue en la madrugada. El papá entró en la cocina. Prendió la luz, interrumpiendo una disertación crítica sobre Camus que el papagayo - que era sartreano - hacía en la oscuridad. Tomó un cuchillo.
- Hmmm - dijo el papagayo.- Entonces va a ser así.
- Va.
- Estás en lo correcto. Tú tienes el poder. Y el cuchillo. Yo soy apenas un papagayo, y estoy preso en este gallinero. Pero, ¿tú ya pensaste bien en lo que vas a hacer?
- Es la única solución. A no ser que prometas que nunca más abrirás tu boca.
- Eso no lo puedo hacer. Soy un papagayo hablador. Biología es destino.
- Entonces...
- Espera. Piensa en la inmoralidad de tu gesto.
- Pero si tú mismo dijiste que la moral es relativa. En términos absolutos, en un mundo absurdo ningún gesto es más o menos moral que otro.
- Sí, pero estamos hablando de tu moral burguesa. Incluso ilusoria, ella existe en cuanto determina tu sistema de valores.
- Sí, pero...
- Espera. Déjame terminar. Siéntate ahí y vamos a discutir esta cuestión. Wittgenstein decía que...

 Luis Fernando Veríssimo
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

Entradas populares